Lo que nos molesta y no decimos nos pasa factura con el tiempo. Para evitar que se dañe una relación personal o profesional necesitamos conversar los temas cruciales de un modo saludable. No es fácil, pero es posible. Veamos cómo.
Seguro que hay temas de conversación que se te hacen difícil tratar con la pareja, con un amigo o con una persona del trabajo. Puede que sea para decirle a un colega que no colabora, pedirle a un amigo que te devuelva un dinero, poner un límite a tu hijo adolescente o tratar con tu pareja algo de su familia. Como no sabes cómo abordarlo, puedes optar por varias opciones, desde callarte y pasar página, lanzar algún reproche más o menos velado, utilizar un humor mordaz que no le hace gracia a nadie o entregarte a la causa de la discusión abierta. Pues bien, cualquiera de las anteriores respuestas no son precisamente el modo más adecuado para resolver una conversación crucial. Según Patterson, Grenny, McMillan y Swiltzler, una conversación crucial es aquella que reúne tres características: hay emociones intensas, te enfrentas a opiniones contrarias y existen factores importantes en juego. Y lo que es peor, no estamos preparados (ni nos hemos educado) para mantener con serenidad conversaciones de este estilo. Nos sabemos por dónde empezar, las emociones nos ciegan, improvisamos, y acabamos diciendo cosas poco afortunadas. Pero no está todo perdido. La buena noticia es que aunque no nazcamos con esta habilidad, se puede entrenar la respuesta, como proponen dichos autores y como he comprobado en el acompañamiento de personas a lo largo de estos años.
El primer paso consiste en reconocer cuándo una conversación es crucial. Puede que hayas comenzado hablando del tiempo y, de repente, se comience a sacar trapos sucios del pasado mal resueltos. O puede que lo supieras de antemano, porque fueras a tratar un tema delicado. Sea una opción u otra, necesitas tomar conciencia de que esa conversación, con esa persona y en ese preciso momento es crucial y que muy probablemente, te pueda sacar de tus casillas.
Segundo, necesitas identificar qué te está ocurriendo en dicha conversación. De algún modo, esta habilidad te requiere ser “más inteligente” que tu propio enfado (cosa que suele ser “de nota”). No culpar al otro sino preguntarse, ¿qué me está sucediendo con todo esto? Porque al final, nuestras emociones dependen en gran medida de la lectura que hacemos de la realidad. No es tanto lo que el otro diga, sino la interpretación que tú hagas con eso. Para ello, te puede ayudar reflexionar una pregunta: ¿Qué actitud tomas bajo presión o cuáles son tus descarriladores? Puede ser ironía, salir escopetado, abrir un silencio incómodo o lanzar comentarios agresivos. Cada uno tenemos un “descarrilador preferido”, así que identifica cuál es el tuyo para poder gestionarlo.
El tercer paso consiste en dar seguridad a la otra persona. Si tú te sientes atacado por la situación, el otro seguramente también. Detrás de la ira o del silencio, suele haber dolor y miedo. Si te quedas en el ataque de sus palabras, no habrá manera de salir con éxito de la situación. Por ello, necesitas ampliar la mirada y preguntarte, ¿qué le está ocurriendo al otro más allá de lo que dice o hace? Si eres capaz de ver su miedo, serás capaz de darle más seguridad con tu actitud y no reparar tanto en su reproche o en su silencio.
Y el último paso consiste en encontrar un objetivo común. Si te quedas solo en las diferencias, no habrá manera de avanzar. Lo importante es encontrar qué os une (si hay algo que os una). Para ello, vale la pena preguntarse: ¿Qué deseo realmente para mí mismo? ¿Qué deseo para el otro? ¿Qué deseo realmente para la relación? ¿Cómo me comportaría si realmente deseara estos resultados? De este modo, se construye una respuesta mucho más saludable para vosotros dos.
Todo lo anterior necesita entrenamiento y mucha autocrítica. Si tienes interés en continuar la relación, no sirven las frases “es que el otro…”, porque desde ahí no se avanza. Tu única y mejor alternativa consiste en identificar tu margen de maniobra en las conversaciones cruciales y desde ahí, construir juntos una relación más saludable para los dos.