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Carl Rogers, padre de la psicología humanista, dijo que las personas tenemos dos grandes motivaciones: Desarrollarnos y al mismo tiempo, ser queridas. Sin embargo, ambos deseos a veces resultan incompatibles. Una persona puede desear cambiar de ciudad para asumir un nuevo puesto laboral soñado, lo que a la familia quizá no le agrade y así se lo hagan ver. Lógicamente la persona se encontrará en una disyuntiva. Rogers decía que el problema proviene de los condicionamientos del amor. El amor no puede estar condicionado. Si buscamos que nos quieran al precio de aceptar las creencias de otros, rechazando las nuestras propias, estaremos pagando un precio. Cualquier decisión implica una renuncia y, por lo tanto, un coste que hay que asumir. No cabe duda de que la soledad es dolorosa, pero también lo es la traición a uno mismo y cada cual en dichas disyuntivas ha de decidir qué precio está dispuesto a pagar.

Joan Garriga lo resume con una frase brillante: «Crecer significa asumir la culpa». Según Garriga (un maestro que me encanta), la culpa es algo que surge cuando las personas no cumplimos alguna de las expectativas que otros tienen sobre nosotros. Pero crecer significa asumir dicho precio. Está claro que cuestionar los paradigmas no significa ir por la vida estilo Jamen Dean en «Rebelde sin causa», sino mantener la firmeza en las propias convicciones. A veces no nos queda más remedio que acatar decisiones aunque no nos hagan ninguna gracia, como suele suceder en el trabajo, pero internamente no podemos perder el norte. Ser leal a las ideas propias requiere un acto de valentía porque en ocasiones, significa incomprensión , incluso de las personas más queridas, y soledad. (también merece una reflexión la cuestión de si el amor condicionado, como se pregunta Rogers, vale la pena… ).