Hemos caído en la era del hiperpresentismo: gracias a los dispositivos móviles trabajamos más que nunca incluso desde nuestras casas. Superarlo no solo depende de lo que hagan las empresas, sino también de la actitud que nosotros tomemos.
Francia ha reconocido el derecho del trabajador a desconectar del trabajo cuando ha terminado la jornada laboral. La nueva reforma laboral intenta poner límites a lo que vivimos casi diariamente: emails a las tantas de la noche o sensaciones de culpa o miedo por no haber contestado incluso un domingo. Parece que los dispositivos móviles nos han puesto un cartel de cara al mundo: “abiertos 24 horas por siete días a la semana”. Y es ahí donde reside la trampa. Internet no cierra, pero nuestro cerebro necesita desconectar. La hiperconexión nos agota.
No somos tan multitareas como nos pensamos. Según investigaciones de la universidad de Stanford, cuando hablamos por el móvil o consultamos algo en la tableta mientras hacemos otra cosa, reducimos nuestra atención y nuestra creatividad. Y recordemos que los dispositivos móviles se han hecho nuestros “amigos inseparables”. Consultamos el smartphone unas 150 veces de media, nos despertamos con él e incluso nos acompaña al baño a un 33 por ciento de personas, según el informe de Bank of America. Y cuando todas estas actitudes las aplicamos al trabajo conseguimos dar una vuelta de tuerca al presentismo o al hecho de “calentar el sillón” sin necesidad. Cuando el trabajo se adentra en nuestras vidas privadas a través de la tecnología podemos decir que sufrimos “hiperpresentismo”. Pero para abordarlo no solo los jefes no han de exigir más allá de la cuenta, sino ser nosotros mismos los que aprendamos a ponernos límites. Y el motivo es muy simple: por nuestra salud y por evitar un agotamiento severo que nos desgaste.
En 2016 el 53 por ciento de las empresas españolas sufría de presentismo, según la III Encuesta Adecco sobre el tema. Y lo que es peor, ha supuesto un incremento del 12 por ciento más que el año anterior. Existen muchas razones: hábitos culturales que ni se cuestionan, escasez de recursos para alcanzar un objetivo, tiempos perdidos en conversaciones innecesarias, “ganar puntos” (a determinadas horas es cuando se producen reuniones en los despachos importantes) o formas de gestión que dejan mucho que desear (egoísmo o “me siento grande si veo que todos están cuando yo llego o cuando me voy”). Pues bien, la tecnología amplifica todo lo anterior y dirigir equipos en la era digital supone entender que el talento es más que nunca el recurso más valioso, aunque esté detrás de los dispositivos o trabaje desde casa, y gestionarlo implica no exigir comportamientos ilógicos o que dañan la motivación futura.
Y por nuestra parte, también tenemos margen de maniobra. Comprender que responder emails o no saber desconectar tiene un precio, quizá no a corto plazo, pero sí a medio o largo: el erosionante agotamiento aunque se tengan veinticinco años. De hecho, tratar el agotamiento lleva mucho más tiempo y no se consigue con un fin de semana de ensueño, sino con crear espacios de cuidado personal: con saber dejar el móvil apagado durante unas horas diarias, no consultarlo los emails nada más levantarse o saber guardarlo cuando estamos en casa o con la familia. Todo ello porque necesitamos reconocer que consultamos el smartphone muchas veces no solo por lo que diga el jefe, sino porque nos aporta intensidad, que entretiene a la mente. Si no sabemos separarnos de él aun cuando estamos de vacaciones o en una cena con amigos, tampoco culpemos solo a la empresa de hábitos que nos hacen daño.
Así pues, si queremos comenzar el año con una mejor salud, empecemos por encontrar espacios para cuidarnos del hiperpresentismo en el trabajo o bien poniendo límites, o buscando otras alternativas laborales si estamos en una empresa que nos lo exige, o bien poniéndonos una dieta más saludable para estar mejor con nosotros mismos.