Si pudiéramos hacer un ranking con las palabras más utilizadas en los dos últimos años en el ámbito empresarial, la ganadora –con gran diferencia sobre la segunda clasificada- sería la palabra “crisis”. A pesar de que algunos se empeñen en demostrar con datos –seguramente ciertos- que vamos por el buen camino o que al menos, se empiezan a ver “brotes verdes”, la crisis está haciendo mella en el ánimo colectivo, de hecho amenaza con cambiar nuestro espíritu colectivo –nuestro Volksgeist en término de los románticos alemanes-.

Somos conscientes de nuestras emociones individuales, a pesar de que Aristóteles insistiera en que nos alejaban de nuestra condición de humanos, y desde hace relativamente poco tiempo se realizan estudios científicos sobre las emociones colectivas. Las pudimos observar a nivel nacional en julio cuando la Roja ganó el Mundial y localmente muchos de nosotros podemos participar del tenso ambiente colectivo que se mastica en las empresas cuando los números no salen. Las emociones se contagian, algo que hay que repetir a muchos jefes –no líderes- que se empeñan en entrar día a día en sus despachos con semblante tenso y sin apenas saludar, y especialmente las emociones negativas, como la tristeza o el miedo, se contagian más rápidamente que las positivas como la alegría. Además, cuando las emociones se prolongan en el tiempo llegan a convertirse en estados emocionales que definen caracteres. Por eso hay personas que son extremadamente miedosas aún en condiciones favorables y otras que por mucha diversión que disfruten, viven sumergidas en una profunda melancolía. Los estados emocionales se adentran en cada uno de nosotros y lo que es peor, a veces ni tan siquiera tenemos consciencia de ello.

Después de trabajar varias semanas en Estados Unidos y en Sudamérica, al regresar a España he notado una gran diferencia de estado de ánimo. Aquí se habla de recortes presupuestarios, de tibias esperanzas sobre el futuro mientras que Mercosur y sus asociados siguen creciendo. Brasil es un espectáculo de optimismo (más allá del que siempre les ha caracterizado), Argentina siente que ha pasado por peores crisis (y probablemente tengan razón) y Paraguay y Chile parecen bastante ajenos a la realidad que vivimos en la vieja Europa. Por supuesto, estos países tienen otras dificultades y otros retos posiblemente más complicados que los nuestros, pero el ambiente emocional que se vive en sus círculos empresariales dista mucho del nuestro.

Como me dijo en el avión de vuelta un directivo brasileño de una multinacional líder mundial en exportación: “España está triste”. Y después de pasar una temporada por allí, ratifico su punto de vista. En nuestra agenda de iniciativas tendremos que impulsar la innovación, el emprendizaje o el liderazgo, pero no debemos olvidarnos de los estados de ánimo que nos envuelven. Si no trabajamos el optimismo personal y el de nuestros equipos, difícilmente podremos salir adelante. Hay tristeza, es cierto, pero también somos afortunados por las muchas posibilidades de las que disfrutamos y que otros no pueden tener a su alcance. Por ello, los estados emocionales nos acompañan y pueden llegar a poseernos, pero también nosotros podemos influir en ellos si tomamos conciencia y nos ponemos manos a la obra.