Estás en un equipo de trabajo y las cosas no funcionan. El jefe puede que se esmere en definir objetivos o, incluso, en hablar de las excelencias de la colaboración. Sin embargo, pasa el tiempo y todo permanece igual. Así sucede en muchos comités de dirección, en equipos de proyecto, en el deporte o hasta en la familia. Y el motivo es sencillo (al menos en la teoría): se comienza la casa por el tejado. Se ponen objetivos, reglas, fechas de reuniones… Pero se olvidan los aspectos más importantes para que un equipo esté cohesionado. Veámoslas siguiendo el modelo que propone Patrick Lencioni:
– Ausencia de confianza, o “no me fío de ti”. La confianza es la “madre del cordero”. Si las personas tienen que protegerse y no pueden mostrarse vulnerables, porque no confían en el de enfrente, es muy difícil que los objetivos se consigan. La confianza pasa por conocer al otro y por entender la riqueza de la diversidad. Si esta base no existe, el equipo no llegará muy lejos y se desgastará mucho tanto a nivel personal como profesional.
– Socorro, miedo al conflicto. Cualquier equipo de trabajo está sujeto a opiniones diferentes y es normal que no todo el mundo esté de acuerdo con el 100% de las decisiones. El conflicto es inherente a la vida y, si no se sabe resolver, se crea una armonía artificial. Todo el mundo dice que sí, pero luego no se cumplen los compromisos. La gestión del conflicto requiere entrenar otras habilidades más allá de la comunicación. Implica superar el miedo a decir “no” y a abordar conversaciones enquistadas y difíciles.
– Falta de compromiso, o el reino de la ambigüedad. Si no existe una buena gestión del conflicto, es difícil que haya objetivos pactados por todos. Como todo queda en la ambigüedad y no se sabe realmente qué se espera de cada uno, las personas no se ponen manos a la obra. Sencillamente, esperan o se quedan bloqueadas. Por tanto, para ganar compromiso se han de definir con claridad los objetivos y hay que saber comunicar las expectativas mutuas.
– Escurrir el bulto, o evitar las responsabilidades. Si no hay claridad, no hay responsabilidad. Así de sencillo. Todos necesitamos un cierto aliciente para dar lo mejor de nosotros mismos. Si este no existe porque los estándares son bajos, porque vale cualquier cosa o porque las personas escurren el bulto, es muy probable que no haya mucha motivación. Se necesita una ambición compartida que una con fuerza y, además, que cada miembro del equipo asuma su responsabilidad y se la exija al otro (y para eso hace falta confianza y gestión adecuada del conflicto).
– Primero yo y luego el equipo, o la falta de atención a los resultados. Cuando las personas anteponen su carrera profesional, su estatus o su área por encima del bien del equipo, es difícil que se alcancen los objetivos definidos. Los retos colectivos implican una negociación constante y ser generoso con los compañeros, algo que no sucede si algunas de las actitudes anteriores existen.
En definitiva, cuando un equipo no está cohesionado y no se alcanzan objetivos, hay que analizar primero si existe confianza, si se puede abordar el conflicto con naturalidad, si están claras las expectativas, si las personas asumen sus responsabilidades y si anteponen los logros colectivos a los suyos propios. Solo así se pondrán las bases necesarias para que un equipo se cohesione, alcance los resultados y sus miembros se sientan realizados y con orgullo de pertenencia.