Podemos definir autoestima como la habilidad o creencia de confiar en uno mismo a la hora de realizar cualquier tarea, sin importar los obstáculos, las dificultades o la adversidad. Por otra parte, narcisismo, procedente del mito de Narciso que se enamoró de sí mismo, es un trastorno de personalidad en el que prevalece una insaciable sobrestima en las capacidades y necesidad de admiración de los demás hacia uno mismo.
Entre la alta estima personal y el narcisismo se cuela una fina línea que en ocasiones es sencillo traspasar, y que puede llegar a poner en riesgo una virtud hasta convertirla en un tremendo defecto.
La sociedad nos obliga a ser altamente competitivos ya que la evaluación es continua. Por este motivo y por otros puramente individuales es necesario y saludable fomentar el crecimiento de nuestra estima si no queremos quedarnos relegados a un ámbito frustrante y oscuro que en ocasiones camina directo hacia la depresión.
Desde bien pequeños nos jalean los actos. Los jueces en esa época son nuestros padres, mientras que una vez que volamos solos, la sociedad es la que se encarga de valorar nuestras actividades de forma constante. Para poder crecer siendo conscientes de nuestros puntos fuertes, y no tan fuertes, es bueno que los padres no creen un ‘monstruo’ que acabe por no saber diferenciar esos valores. Si decimos a nuestros hijos, por norma, que todo lo hacen bien incluso cuando no es así, estaremos fomentando una forma de vivir que bebe constantemente de la fuente de los halagos.
Según afirma el Dr. Ivan Joseph en ‘The skill of confidence’ la sana autoestima se puede fomentar en base a una fluida conversación con nosotros mismos, donde prevalece el “puedo hacerlo y soy capaz” sobre el “no estaré a la altura”. Ya hay demasiadas personas a nuestro alrededor que se encargan de poner sobre la mesa nuestras debilidades, por lo que esa conversación con nuestro yo es el arma más valiosa que tenemos.
La autoestima, al igual que la voluntad, se trabaja, no es flor de un día. Hay personas más predispuestas a sentirse capaces de afrontar los retos, pero incluso los más pesimistas o autocríticos pueden cambiar ese aspecto negativo y convertirlo en positivo. Una de las fórmulas para aumentar la autoestima es la repetición o, mejor dicho, la perseverancia. No hay nada mejor que intentarlo, y volverlo a intentar, y volverlo a intentar. No hay nada mejor que saber levantarte cuando te caes.
La escritora J.K. Rowling consiguió con la saga ‘Harry Potter’ un éxito escandaloso, con ventas multimillonarias en todo el planeta, pero si vemos su evolución, podremos concluir que se trata de una mezcla de talento y perseverancia. Rowling mandó el primer borrador del best seller a una editorial, y no recibió respuesta. Lo hizo con una segunda con el mismo resultado y lo intentó con una tercera cuya respuesta fue negativa. Cualquiera hubiera desistido, pero Rowling llegó a mandar su borrador… hasta a 12 editoriales diferentes. En su éxito no hubo varita mágica, solo perseverancia, confianza en su trabajo y altas dosis de autoestima.
Mohamed Ali logró ser el más grande boxeador de su tiempo repitiéndose a sí mismo, y al mundo entero en voz alta la siguiente frase: “Soy el más grande”. Puede recordar a la de otro mito de esta época, Cristiano Ronaldo, que afirmó que le tienen envidia por ser “rico, guapo y buen jugador”. Este tipo de comportamientos hacen que estos talentos sean venerados y odiados a partes iguales.
Este es el punto crítico. El punto en el que la línea se puede cruzar hacia el lado oscuro, hacia el lado de la confianza extrema, y creernos el centro del universo. Debemos saber cómo parar a tiempo si no queremos adentrarnos en un terreno peligroso. Muchos de los personajes exitosos, CEOs de grandes empresas, actores, músicos deportistas o políticos han llegado donde están por la suma de trabajo, talento y autoestima. Tres elementos que se pueden practicar, pero también han sido muchos los que se pasaron de frenada y llegaron a sentirse intocables, infalibles.
Llegado a este punto la autoestima se convierte en narcisismo y aparece el llamado ‘Complejo de Dios’, como recordó el escritor y economista Tim Harford en su ponencia TED ‘Ensayo, error, y el complejo de Dios’. Esta difícil dolencia la arrastran personas a las que no les preocupa lo más mínimo lo complicado que sea un problema porque ellos son dueños de la verdad y tienen una certeza abrumadora de que su solución es infaliblemente correcta.
Piero Rocchini, psicólogo del Parlamento italiano durante muchos años, publicó en ‘La neurosis del poder’ un análisis del comportamiento de muchos de los líderes políticos con los que se había rodeado, a los que definió así: “Se creen el centro del universo y que los demás existen para dar vueltas a su alrededor”. Estas personas se enamoran de ellas mismas, de su imagen, o de sus actitudes o decisiones, lo que les lleva a no tener empatía o capacidad para captar los sentimientos y realidad externa. Son orgullosos y soberbios, desprecian a los demás, y no pueden conocerse o reconocerse a sí mismos sino es a través del conocimiento o reconocimiento del otro y, lo que es peor, pierden la capacidad de amar, salvo a su sombra.
Su problema es que no saben aceptar una derrota, esa derrota que todos superamos para hacernos mejores. Cuántos famosos talentosos conocemos que se han pasado al lado oscuro de las drogas cuando han dejado de estar en primera línea mediática, cuando el foco ya no les apunta.
Por ello debemos fomentar el trabajo hacia la sana autoestima y olvidarnos del constante yo, yo y yo en la boca, pues es el primer paso hacia el precipicio. Es el camino hacia convertirnos en ese tipo de persona que nos dice: -“Bueno, dejemos de hablar de mí, hablemos de ti: ¿Qué opinas de mí?”.