Los 9.047.000 espectadores que vieron por televisión en España la tanda de penaltis del partido contra Italia posiblemente se sorprendieran, como yo, del hecho de que no se fallara ninguno de los 12 primeros lanzamientos. Supersticiones aparte, no fue hasta el lanzamiento número 13 cuando se produjo el primer error. Para entenderlo mejor debemos adentrarnos en el entrenamiento de la atención que reciben los deportistas de élite. Previamente a la tanda de penaltis tanto Italia como España estrellaron sendos balones contra los palos sin que aparentemente les afectara anímicamente.
Y este es el resultado de entrenar la atención. Xavi, tras su disparo al palo tuvo dos opciones: Culparse de la falta de precisión, de su mala suerte o incluso lamentarse pensando en la vez anterior que erró el disparo cayendo así en los brazos de la decepción. O… eliminar dichos pensamientos de su cabeza y poner toda su atención en la próxima jugada pensando que, esta vez sí, el balón llegaría a la red. La mayor parte de nosotros, carentes de este entrenamiento de “élite”, muy probablemente hubiéramos optado inconscientemente por la primera opción. Sin embargo, dicha alternativa nos hubiera llevado a malgastar nuestra energía en el enfado, cosa nada agradable y poco práctica. La segunda opción, sencillamente hubiera pasado sin dejar ninguna huella anímica.
La diferencia entre ambas alternativas radica en el lugar hacia donde hayamos dirigido la atención. Como diría Mihalyi Csikszentmihalyi, profesor de la Universidad de Chicago, la atención es nuestra energía psicológica y dependiendo de cómo la enfoquemos, influiremos en nuestros pensamientos, en nuestros actos y en nuestra capacidad de ser felices. Podríamos decir que es la materia prima de nuestra mente y lo más importante, somos capaces de entrenarla.
La atención tiene, principalmente, dos funciones: Por una parte, selecciona las señales de información relevante. Actúa como un foco de luz con la que iluminamos una parte de la realidad o como una espada láser, si se me permite la comparación cinéfila, con la que dividimos lo que observamos. Por otra parte, la atención recupera información de la memoria para elegir la interpretación correcta, como han demostrado diversas investigaciones.
En un estudio psicológico en 1981, Cohen proyectó un video a diferentes grupos de personas con imágenes de una mujer que cenaba con su esposo para celebrar su cumpleaños. A aquel grupo a cuyos participantes se les dijo que ella era camarera, recordaron que la mujer había bebido cerveza y tenía un televisor. A aquellos otros a los que se les dijo que era bibliotecaria, recordaron que usaba gafas y escuchaba música clásica (por cierto, peculiaridades bastante discutibles… pero así funciona la mente). Así pues, nuestra atención es modulable y somos expertos en organizar los armarios de la memoria conforme a la atención que hayamos decidido poner y a los sesgos que nos imponen los estereotipos.
Todo lo anterior es una gran noticia. Alguna persona ha podido creer que su pensamiento era espontáneo, a veces contradictorio, pero en definitiva algo que no podía controlar. Pero la ciencia nos dice que no es así. Un suceso externo aparece en nuestra mente como pura información, desprovisto de valor positivo o negativo. Somos nosotros, nuestra forma de ser, nuestras experiencias, nuestro aprendizaje en definitiva, quien lo interpreta.
Otro gran modelo mediático de entrenamiento ante el error lo tenemos en Rafa Nadal. Posiblemente, una de la claves de su éxito sea su fuerza mental y por lo tanto, la precisión de su atención. Cuando Nadal comete un error en la pista, en vez de quedarse atrapado en él, tiene la capacidad de centrarse en la siguiente bola y aparcar el fallo a un lado de la mente. En esos difíciles momentos decide no poner más energía en aquello que no le aporta valor. Posiblemente, este sea uno de los mejores entrenamientos que podemos hacer. En el caso de hablar en público, por ejemplo, el error que hemos cometido en la primera transparencia lo vamos arrastrando en las siguientes, diciéndonos: “qué mal lo hecho” y así continuaremos equivocándonos… O cuando nos enfadamos con algo y rumiamos lo que teníamos que haber dicho, hecho, expresado y un largo etcétera, estamos poniendo la atención en el pasado, logrando emociones ásperas y perdiendo posibilidades de cara al presente. Por ello, decirse a uno mismo “no voy a poner más energía a esto” es una decisión que está al alcance de todos y de la que va a depender nuestra calidad de vida.
Como hemos visto hace tiempo, los optimistas se caracterizan por poner la atención en una parte de la realidad, a diferencia de los pesimistas. De algún modo, nuestra personalidad influye en la atención. Pero también ocurre al contrario. Nuestra atención condiciona nuestra personalidad. Si poco a poco, vamos entrenando la decisión interna de dónde pongo el foco de atención a cuanto vivo, finalmente seremos capaces de modular hasta incluso nuestra manera de interpretar lo ocurrido. Y quién sabe, si optamos por ser más amables con el otro y con nosotros mismos, podremos tener ciudades más cívicas, mejores relaciones personales y una mayor calidad de vida.
Recetas:
- Primero, ante lo que nos ocurre debemos de interiorizar que ni somos nuestros pensamientos ni lo que sentimos. Tenemos un observador interno que nos ayuda a decidir dónde ponemos el foco de atención. Por tanto, cuando te asalte un pensamiento negativo, toma distancia, y ponlo bajo observación.
- Segundo, valora hasta qué punto el pensamiento te aporta o no valor añadido en dicho momento. Si es poco recomendable, dite internamente: “no voy a ponerle más energía” y dirige tu atención a otros elementos que tengas en el presente para quitarle fuerza al primero…
- Define anclajes, es decir, frases, imágenes o canciones que te ayuden a apartarte del pensamiento que no te interesa alimentar. Por ejemplo, repetirse una frase bonita, imaginarse tomando el sol o tarareando una banda sonora cada vez que nos asalta una idea poco agradable con el fin de desviar el foco de atención.
Fórmula:
Podemos entrenar la atención para influir en nuestros pensamientos, en nuestros actos y en nuestra capacidad de ser felices.