El perdón es una decisión, que nos libera de emociones que nos lastran. Es una actitud, porque nos permite mirar al otro y a nosotros mismos de un modo más amable y comprender que nuestras razones se basan en interpretaciones, no en hechos objetivos. Requiere de valentía para desprenderse de la ira o del enfado y para comprender que detrás de la falta de delicadeza o de criterios maduros existe una persona con mucho miedo para haber actuado con mayor cordura. Lo que Robin Casarjian define como “un niño interior herido o asustado». El perdón, además, tiene la capacidad de transformar la amargura en neutralidad o incluso en recuerdos con tinte positivo. Así lo resume Martin Seligman, el gran investigador de la psicología positiva desde el departamento de Psicología de la Universidad de Pensilvania:
“No puedes hacer daño al culpable no perdonando, pero puedes liberarte perdonándolo”
En el libro de Héroes Cotidianos recogí la experiencia de una madre que tenía una hija con un trance muy complicado de adicciones que le podía llevar a la muerte. Además del dolor causado por verla en ese estado, sufría también por una sensación de culpa. Para ella fue clave perdonarse a sí misma. “A partir de ahí vino el cambio de mis actitudes, de mis creencias en relación con ella y pude superar el miedo”, dijo. Un directivo en un proceso de coaching seguía herido con la anterior empresa que lo había despedido y le había tratado injustamente. Él asociaba que la ira le hacía ser “mala persona” y prefería inconscientemente ocultar dicha emoción antes que reconocer su dolor. El paso fue similar: “no me puedo culpar por aquello que siento”, mencionó. No sólo hay que aceptar lo que se siente, sino en algunos casos, también perdonarse por sentirlo.
A veces la sensación de culpabilidad tiene orígenes muy difusos para la razón. Podemos pensar que somos culpables por sentir ira, morbo o curiosidad en algunos aspectos mal vistos socialmente, o culpables por no sentir más amor del que nos gustaría experimentar. El perdón hacia los otros y hacia uno mismo de los errores o de las emociones vividas es un bálsamo, que nos ayuda a poner realidad a lo que podemos hacer. No somos perfectos, nos equivocamos, al igual que otros lo hacen. Y aceptar nuestros límites es también un modo de descansar en el perdón a uno mismo, el cual, posiblemente, sea el más difícil de todos.
Perdonar no significa olvidar o negar el dolor, sino cambiar las etiquetas del propio pasado. Ya lo hemos dicho: todo el proceso se apoya en el cambio de percepción de los hechos y de las personas que nos pudieron hacer daño. Por ello, si somos capaces de tomar distancia, de empatizar con el otro y con sus motivos de fondo (aunque nos cueste) y de reinterpretar lo vivido, tendremos más capacidad para superar los recuerdos dolorosos. Y todo ello, además, podemos aplicarlo al perdón hacia uno mismo.
A continuación, recogemos algunas recetas para lograrlo, siguiendo la propuesta de Seligman.
RECETAS
- Recuerda el daño de la forma más objetiva posible, toma distancia, incluso pregunta a otras personas que te ayuden a comprender lo ocurrido de un modo diferente.
- Desarrolla la empatía para entender qué movió a esa persona a hacerte daño. Piensa en su miedo, en su posible frustración o dolor que le motivó a moverse por otros criterios y recuerda cuando a ti se te perdonó también en el pasado.
- Recuerda que perdonar es una actitud. Por ello, comprométete con ello.
FÓRMULA
El perdón es una decisión que libera y una actitud para interpretar lo vivido desde un plano más amable.