No siempre es recomendable huir cuando tenemos miedo. Ante un ruido extraño que nos despierta en medio de la noche, lo habitual es quedarse petrificado. Se nos congela la sangre y agudizamos el oído, intentando identificar la causa (cuando éramos pequeños la opción consistía en meternos debajo de la sábana como si ésta fuera un chaleco antibalas). Los animales también se comportan del mismo modo: cuando la tortuga se esconde en su caparazón o los habilidosos avestruces meten la cabeza en un agujero en el suelo (si yo no les veo a ellos, ellos tampoco me ven a mí). Es la estrategia de la inmovilidad, que tiene su reflejo en la empresa. Cuando nos quedamos en blanco en una reunión complicada o cuando ponemos cara de póquer cuando nos dan una carta de despido inesperada…. por no hablar de cuando hacíamos exámenes.
Y el origen de la inmovilidad se debe a nuestros instintos de supervivencia, dicen los antropólogos. Era más fácil salir con vida si un mamut nos perseguía agazapándonos que si salíamos corriendo como locos. Los animales reconocen el movimiento y en los Sanfermines se ve a las mil maravillas. En definitiva, quedarnos quietos como estatuas era un sistema para salir con vida que actualmente resulta un tanto absurdo si lo que viene es una moto. Una vez más, el precio de la evolución.