Tomas el ascensor y te encuentras con ese compañero del trabajo que comienza a criticar todo cuanto sucede en la empresa, en el país, en la sociedad… Y en los pocos minutos que estás con él, sales agotado. Si conoces esta actitud, solo falta ponerle un nombre: “victimista profesional” y cuidado, porque todos podemos serlo en algún momento.

Podemos decir que nos convertimos en victimistas profesionales cuando sentimos que lo que nos rodea es negativo, somos «inocentes» de absolutamente todo, no hacemos nada para cambiar y la crítica constante la practicamos como «deportistas de élite».

España es el país de la queja, me dijo hace varios años un empresario estadounidense. Y razón no le faltaba y más ahora, con la crisis que estamos viviendo. Las cosas están difíciles, nadie lo discute. Pero una cosa es comentar, hacer críticas constructivas y otra bien distinta, quedarnos en la queja sin tomar ninguna acción. A veces nuestro margen de maniobra resulta pequeño y solo podemos cambiar nuestra manera de ver las cosas. Pero ya es algo. Sin embargo, el victimista profesional no asume dicho desafío, porque salirse de la queja requiere valentía.

La queja nos aporta derechos adquiridos: Por un lado, nos posiciona en un lugar de “inocencia” al no tener que asumir ninguna responsabilidad, posición cómoda pero poco práctica para ser feliz (y para hacer feliz a las personas que le rodean). Por otra parte, con ello conseguimos que el resto nos siga prestando atención o se apiaden de nosotros. Ese es el motivo por el que las personas con actitud de “victimista profesional» montan un templo portátil de quejas y lamentos allá donde van y a la mínima ocasión nos enumeran sus enfermedades, lo mal que lo han pasado, lo dura que ha sido su vida o lo terriblemente que se ha portado la empresa con ellos… Sin embargo, no es más que un espejismo. Solo el dolor genuino genera compasión. Lo demás nos aleja del resto y peor aún, de la auténtica capacidad de ser felices.

Por último, salir de ese tipo de conversaciones también requiere valentía. A veces en España la máquina de café de las empresas se convierten en el muro de las lamentaciones colectivo y alguien que se atreva a dar un punto de vista distinto, puede ser rechazado. Así que hay que desarrollar una nueva habilidad: tener cintura. No confrontarse con los compañeros si no es necesario pero tampoco sucumbir a ello.

Recetas

  1. Presta atención a lo que dices, valora las veces que te quejas de tus vivencias y repara en la lista de ofensas que guardas hacia otros. Si a veces caes en la actitud de “victimista profesional”, indaga sobre cuál crees que son los beneficios que consigues con ello: ¿qué ventajas me aporta estar ahí? ¿qué perdería si cambiara la manera de vivir el problema? Y sobre todo piensa, ¿qué podría comenzar a partir de ahora de modo diferente?
  2. Identifica las personas que tienen una actitud de “victimista profesional” y analiza su influencia sobre ti: ¿Alimentas su conversación? Si es así, abres una espiral con la que le haces un flaco favor a dicha persona y a ti mismo.
  3. Evita en la medida que puedas las conversaciones que te resten energía. Si puedes, introduce el sentido del humor, pero al menos intenta tomar distancia.

Fórmula

Evita la actitud de “victimista profesional”, aquella que todo lo que ve a su alrededor es negativo, se queda en la queja constante y no hace nada para comenzar un cambio.

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